Sunday, November 25, 2007



Tanto que contar...

Tanto que contar...

El 8 de noviembre regresé del viaje que hice con mis alumnos a la Sierra del Nayar, un pueblo de 800 habitantes enclavado en la Sierra Madre Oriental de México. La experiencia ha sido extrema, hermosa, dolorosa, única. Me ha cambiado la vida para siempre y los planes de cómo vivir.
En la Sierra llegamos a la misión del padre Pascual Rosales, un fraile franciscano que a dedicado su vida a educar y cuidar a los niños Coras de la región. Actualmente viven con él unos 80 niños. La misión es antigua, cuartos humilde de abode blanqueado con cal, pisos de tierra o piedra y techos de chapa.
Allí conocí e hice amistad con varias personas: Ilaria, Magdaleno, Socorro, Flavia, Poncho y el Padre, además de conocer y jugar con chiquitos coras, huicholes, mexicaneros y tepehuanes. Aprendí apenas a decir algunas palabras en cora, a bailar la danza del viejito, a rezar cantando.
Es difícil explicar lo que sentí estando allá; las emociones se me mezclan incluso en este momento y me hacen trabajoso el contar. Sentí que encontré el lugar al que pertenezco, sentí que allá hago falta, que puedo ser útil, que puedo aprender como nunca he aprendido. No tengo dudas en que voy a regresar; me toca ahora ver el cómo y el cuándo. Lo cierto es que una gran parte de mi corazón sigue en la sierra, caminando en la tierra amarilla de la que crecen enormes los guayabos dulces, donde el aire se detiene en la ventana con su aroma a tortilla recién hecha, a copal quemándose entre sonidos de risas y de gallos cantando a deshoras.