Thursday, April 10, 2008

Cuarenta años

Existe un refrán aceptado universalmente que apunta a que todo tiempo pasado fue mejor, sin duda una verdad a la que nos aferramos a partir de su alto contenido nostálgico y la vocación tan humana de querer recordar solamente lo bueno.
Este año se cumple el aniversario número cuarenta de eventos trascendentales que le cambiaron el rostro al mundo, abriendo heridas que aún no cierran y creando esperanzas que se resisten a morir. No se puede hablar de 1968 sin la primavera de Praga, cuando un eslovaco llamado Dubcek accedió al poder en Checoslovaquia llevando bajo el brazo una cantidad de ideas reformistas que sin cortar de manera alguna con los principios filosóficos del modelo comunista, permitió al pueblo checo mayor participación social. Estos cambios que incluyeron libertad religiosa, derecho de huelga y el levantamiento de la censura, pusieron a la sociedad de fiesta y un aire renovado incitaba a un futuro de esperanza.
La primavera de Praga duró apenas ocho meses. En agosto de ese año las fuerzas militares de los países miembros del Pacto de Varsovia invadieron Checoslovaquia acabando con un sueño que de tan compartido casi llegó a ser real. La sociedad entera salió a las calles y si bien no pudieron parar el avance de los tanques, pusieron en vitrina el absurdo de ideas anquilosadas en un modelo destinado al fracaso.
Francia también encontró en 1968 razones para la disconformidad y vías para su expresión. Dicen los que saben que el movimiento estudiantil y obrero que tomó por sorpresa las calles de Paris a principios de mayo, nació naturalmente como consecuencia del conflicto argelino y el gobierno paternalista de De Gaulle. Lo que comenzó como un movimiento estudiantil se convirtió en cuestión de horas en un fenómeno nacional. Grupos obreros se solidarizaron con las protestas de miles de jóvenes que reaccionaron fortalecidos a la violenta represión gubernamental y el mes de mayo, con sus soles cálidos y sus noches frescas, les perteneció para siempre. El barrio Latino fue el escenario primero de un escándalo de jóvenes exigiendo respeto a la dignidad humana y a sus sueños; el valor de tomar las calles para declarar en voz alta las injusticias de un régimen caduco fue tan importante como el de defender las posibilidades de la esperanza. Así fue como Paris se reinventó a sí misma, con panfletos desvergonzados que proponían al mundo soñar en voz alta: soyez réalistes, demandez l’impossible. Il est interdit d’interdire. Je suis venu. J’ai vu. J’ai cru.
El cambio que forzó el movimiento de mayo en Francia no fue otra revolución; ni se rompieron todos los esquemas ni se cayeron a pedazos las estatuas de los próceres. Sucedió de a poco e introdujo nuevos valores en una sociedad de repente lista y dispuesta, redimiendo las costumbres, la educación y las posibilidades de soñar. Lo imposible un día, fue tan real como la primavera. Chapeau.
Al otro lado del mundo el año 1968 fue tanto o más convulsionado que en Europa. En los Estados Unidos la guerra de Vietnam estaba destinada inevitablemente a un fracaso vergonzoso. Eran los tiempos de los hippies, de los primeros pasos del movimiento feminista, de protestas universitarias en contra de políticas racistas de reclutamiento. En particular, el año 1968 fue solamente un día a principios de abril, cuando Martin Luther King sonrió desde un balcón de hierro y cayó muerto y nos dolió a todos. Sucedió en la ciudad de Memphis a donde había llegado un día antes para hablar en una asamblea de trabajadores sanitarios. En su discurso la noche del tres de abril el doctor King presintió su alejamiento y así lo declaró, sin miedo ni pesares, con la simple fuerza de su convicción y de su fe. Dos meses después era asesinado Robert F. Kennedy, el segundo gran arañazo en la cara de un país que buscaba y continúa buscando una una democracia regida por valores sociales y no de bolsa.
Más al sur, el año 1968 le pertenecía otra vez a los estudiantes. Pero esta vez el idioma fue el español y las muertes demasiadas. Sucedió en México, en la ciudad capital, entre edificios universitarios y ruinas prehispánicas. Todo comenzó como siempre comienza, con una marcha pacífica que se alimentaba de ideas de justicia y la subsecuente represión del estado. La ciudad universitaria fue tomada por las fuerzas del gobierno cambiándole la vida para siempre y sin querer a cientos de jóvenes que nada debían, tomando prisioneros, golpeando cabezas, desapareciendo vidas enteras y enloqueciendo a los que trataron de salvarse escondidos en los baños. El dos de octubre de ese año, estudiantes, padres de familia, obreros y campesinos que apoyaban el movimiento estudiantil se reunieron en Tlatelolco, en la plaza de las tres culturas para protestar contra las políticas opresivas del gobierno. Miles de personas llegaron; niños y abuelas, madres y hermanos, amigos y desconocidos. También llegó el ejército con sus armas de alto poder y sus órdenes a seguir. Detrás de las puertas de una iglesia había un cura que no quiso abrir el santuario.
Días después comenzaron los juegos olímpicos en México. Se limpiaron las manchas de sangre que ahogaban al orgullo precolombino, se quemaron los zapatos sin dueño, se escondieron las listas de prisioneros y bajo el slogan de “olimpiadas de la paz” se fingió una paz de cartón piedra que todavía no convence.
Cuarenta años después el mundo continúa convulsionado. No han terminado las guerras absurdas, la violencia gratuita, las represiones estatales. Solamente queda esperar que el verbo de la esperanza traiga consigo las ganas renovadas de salir a las calles y exigir lo imposible, que nadie muera gratuitamente y que los jóvenes tomen por sorpresa al mundo y lo deshagan construyendo. Eso al menos, es lo que espero de mi hijo.