Friday, December 19, 2008

Cuento parte 1

Los gatos lloraban desconsolados y no había forma de hacerlos callar. El calor intenso aquel otoño inaudito los mantenía en un estado de locura imposible de ser contenido. El frío que no llegaba había extendido sin querer pero a sabiendas el cortejo aquel que más que amoroso era cuestión de biología. Los pobladores de aquella zona habían intentado todo; desde bañarlos en agua helada hasta encerrarlos en jaulas oscuras y tristes. Pero los gatos seguían llorando, enloqueciendo al pueblo que de tanto bramido no conciliaba el sueño.
Los gatos eran agresivos; caminaban con las garras de fuera, erizaban su pelambre al instante de ver a otro ser vivo, y se negaban a comer. Las gatas, en cambio, solamente lloraban. Lloraban y se restregaban contra las esquinas de las paredes, los árboles aún verdes, las piernas de la gente que aparecía a su paso. Lloraban un llanto enloquecedor de niño nacido sin amor, de viuda sin consuelo, de juicio final llegado sin aviso.
Así fue cómo llegó la locura a ese lugar remoto que ahora nadie quiere nombrar.

Wednesday, December 17, 2008

PARA CLAUDIA

Lo que nos une siempre ha sido más importante que lo nos desune. La distancia, las fronteras históricas, emotivas, de vivencias y de olvido, acaso han hecho mella, pero jamás un daño irreparable. Somos, al fin de cuentas, el producto de una familia que nunca se detuvo a hacer recuento de lo perdido, si acaso ha celebrado siempre las ganancias, por pequeñas que fueran. Los ires y venires de mi vida solamente difieren de los tuyos en forma, no en contenido. Las pérdidas en mi vida son como las tuyas, un dolor sordo que nos acompaña más allá del deseo, un tatuaje a fuerzas de lo absurdo que puede ser la vida nada más por que si.

Y aquí estamos hoy, con un año más a punto de llegar y todavía cantando los cariños y no las pérdidas. Y eso vale.

Las memorias son infinitas cuando te recuerdo. Son tu casa en San Francisco y Anto y Vero gateando la distancia del garaje; son los helados que tu abuelo Atilio nos llevaba a tomar las noches de calor; son las expediciones furtivas al piso alto y poblado de color morado; son los tubos de ensayo que no debíamos tocar y que brillaban a contraluz como joyas inauditas. Son los chocolates Jack y el pan con queso roquefort. Son las idas al baño en grupo y, como bien dices, nuestra eterna soltería en los juegos en común.

Y son también mi reencuentro con la Argentina, y las ganas de pertenecer; y la nona cebando mate y la Vero de novia. Y mi hijo y su nombre Miguel, y mi partida, nuevamente.

Pero todo eso, largo y complicado como parece no es más que la vida. La tuya, la mía, la de los nuestros. Absurdamente lógica, si nos ponemos a pensar, y magnífica en su simplicidad.



Uno de mis poetas preferidos lo dice bien:
"El peso del mundo es amor.
Bajo su carga de soledad,
bajo su carga de insatisfacciones
el peso
el peso que cargamos es amor."

Y yo cargo ese peso con el orgullo que me da la sonrisa de saberte en mi vida todos los días sin la necesidad de probarlo. Sin tener que verte ni escucharte. Solamente sabiéndote. Y entonces sé y digo en voz alta que te quiero y no importa quien me escuche. Lo que importa es que lo siento.
Y lo siento.....

Wednesday, December 10, 2008

Meses sin escribir y sin pudor asumo la responsabilidad de no tener excusa. En realidad, si he de ser franca, sin pudor he hecho y deshecho a lo largo de la vida sin que me sintiera forzada -o requerida, una palabra mucho más bonita para describir obligación porque hace pensar en el deseo- a dar cuentas. Aquí estoy pues, frente a mi laptop, Ema, con mis perros acostados a mis pies, un cigarro de esos que tengo que dejar, un café de mentiritas y las ganas de que a alguien le importe lo que tengo que decir.
El año se está acabando y el recuento es largo. Bueno o malo no importa, lo que vale es poder hacer la lista en voz alta y esmerada, para que nada escape.
Miguel terminó la escuela, cumplió dieciocho años, consiguió trabajo y en enero comienza su educación universitaria. Continúo pensando que dieciocho años son muy pocos para saber qué quieres hacer el resto de tu vida. Por eso espero que tomará las clases obligatorias sin casarse con ninguna carrera. Continúa enamorado, viviendo sus días con Jesi, mi hija mujer, que despues de tres años juntos aún lo esmera a bañarse, y eso se paga con oro, como toda madre sabe.
El marido sigue siendo un hombre que trabaja más de lo que debe. Es un buen hombre al que quiero inmensamente, pese a las enormes diferencias que tenemos a la hora de ser, simplemente.
Y yo sigo, tratando de hacer el mejor trabajo, intentando ser buena con el planeta, amando a los míos por sobre todas las cosas, y esperando que surja la historia que desde hace tantos años he tratado de escribir.
Soy una mujer que está contenta, que tiene planes y expectativas, que es, todavía, joven y espera. Y con eso les deseo a los míos lo mismo: planes y expectativas, un corazón joven, ganas de reír y un llanto a mares, y sobre todo, nada de pudor!

Thursday, July 17, 2008

Malas palabras, che...

Después de pasar unas horas escuchando a Enrique Pinti y sus monólogos magistrales, llegué a una conclusión que encuentro importante: no existe mejor vocabulario para hablar palabrotas que el argentino. El tono de voz, el acento “cantado”, ruidoso y en ocasiones dramático del argentino permiten el uso de palabras soeces mejor que ningún otro acento del español. Sin desestimar el valor del lenguaje corporal – que en Argentina, como en Italia, es parte fundamental de la simbología del lenguaje-, el idioma de los argentinos utiliza las malas palabras como una parte fundamental y necesaria para hacer llegar el mensaje.
Las palabras son , en mi humilde opinión, símbolos altamente representativos del grupo cultural en el cual se utilizan. El conjunto de morfológico como tal, el significado en sí mismo no basta para entender el verdadero valor de una palabra, el significado que se pasa a través de la enculturación; lo que realmente quiere decir cuando se utiliza.
En tal sentido los argentinos tienen una verdadera escuela de tradición con respecto a las palabras bajas, o malas, en fin, a las puteadas. Constituyen una parte fundamental del vocabulario de niños y grandes, de individuos educados en la academia o hechos a fuerza de trabajo duro, de letras de tangos y discursos partidistas. En Argentina se juzga el uso de la palabra, no el significado enciclopédico que conlleva, y eso es lo que lo hace tan maravilloso. Porque cualquier individuo de habla castellana / española puede decir “hijo de puta”; es en el grado de hijo-de-putez donde radica el fenómeno argentino que da a las palabras valores totalmente distintos dependiendo la situación. En Argentina un hijo de puta puede ser el mejor, el más capaz, el vivo, el canchero, o el peor, la escoria más repugnante, al que habría que romperle la cara.
Pero este milagro del idioma que permite utilizar las “palabrotas” en maneras tan diversas no se acaba en ellas. El argentino puede –exitosamente- utilizar palabras sin ningún tipo de denotación peyorativa para crear oraciones altamente ofensivas, indiscutiblemente perturbadoras y llenas de encono. Depende del tono, del momento, del nivel que se quiera alcanzar en la disputa, y como todo argentino sabe, la disputa no tiene límite.
Hago un paréntesis para recordar una anécdota de Camilo José Cela que se relaciona directamente con este escrito y el valor siempre tan fluctuante de las palabras. Cuentan que Cela estaba participando en una mesa redonda de académicos de la lengua y se aburría. En algún momento apoyó su cabeza sobre sus brazos, como si dormitara. La persona que en ese momento disertaba se molestó –con razón, diría yo- y en el micrófono comenzó el siguiente intercambio: “¿Está usted durmiendo, señor Cela?” “No, no estoy durmiendo, estoy dormido”. “Pues es lo mismo”. “Perdone, pero no lo es. O ¿acaso es lo mismo estar jodido que estar jodiendo?”
Oh, el lenguaje….!!!!!!!
Regresando al tema del lenguaje soez de los argentinos, no existe un comentarista de la vida nacional como Pinti para demostrar sin mayores ejemplos cómo se utilizan las malas palabras, qué cantidad de sentimientos pueden cargar en sus letras y por qué es necesario utilizarlas. El “hijo de puta” de su monólogo sobre los militares argentinos de la última dictadura nada tiene que ver con el “hijo de puta” del argentino turista que cree comerse a puños a Europa. El tono, la forma, y el marco cultural definen el grado de hijo-de-putez y no existen las confusiones.
En México en cambio, putear es negocio serio. Existen por supuesto las palabras comunes que todos decimos y a nadie ofenden. Pero lanzar al aire un “hijo de la chingada” cuando alrededor hay personas que no son del grupo que espera recibirlo puede causar problemas. Las palabrotas son mucho más serias y exigen un entorno más privado, la complicidad del oyente. En Argentina la mierda, el culo, el hijo de puta y la concha de la lora flotan en el aire como pompas de jabón esperando ser rescatadas. Y las rescatan los chicos en la escuela, las madres en la verdulería, los padres cuando arreglan el coche y las abuelas cuando juegan bingo. Nadie se esconde del bienestar que da decir en voz alta una mala palabra sabiendo que, si acaso ofende, es sin querer pero con ganas.
La capacidad argentina de dar significados alternativos a las palabras que comúnmente en cualquier país de habla hispana serían simple y llanamente groseras, ha contribuido a la imagen altanera y soberbia, pedante y egocéntrica que se conoce del argentino en el exterior. No, no estoy diciendo que es la causa mayor; es uno de los factores que ha creado dicha imagen. La mayor parte de esta figura, conocida ya de pleno en Latinoamérica y en gran parte de Europa ha sido creada, ganada a pulso por individuos que se jugaron a ser Gardel solamente por haber nacido en su tierra. Y ni en eso le acertaron.
Sin embargo es necesario reconocer el carácter altamente idiosincrásico del humor argentino, y por ende, del uso de sus malas palabras. El argentino no cree que todos son como él; el argentino espera que todos entiendan quién es. Allí radica el problema, el quilombo, el despelote, las ganas de joder y, como siempre, la broma subida de tono. El individuo nacido en Argentina trae consigo una serie de derechos y obligaciones concedidas por virtud del lugar de nacimiento, como sucede en tantos otros lugares del mundo. Uno de dichos derechos es el entendimiento tácito del uso de un vocabulario y una serie de reglas de sociabilización innatas, entendidas como universales. Aunque la universalidad esté contenida entre un río fangoso, océanos eternos y unas montañas absurdamente altas. Es en ese momento, cuando el argentino se define como habitante del mundo, cuando comienzan los problemas.
Porque el mundo no es la historia argentina. No es solamente San Martín cruzando los Andes; es San Martín cruzando los Andes y mandando después a Artigas, como regalo de Estado cuatro esclavos negros; no es solamente Sarmiento creando escuelas para la patria; es Sarmiento pasándose por el culo al Congreso nacional y cacheteando a sus asesores en frente de dignatarios extranjeros; no es solamente el equipo nacional de fútbol ganando la copa del mundo, es un partido que se jugaba al mismo tiempo que cientos de argentinos eran torturados en campos de concentración clandestinos.
Entiendo que la discriminación histórica no es un recurso utilizado exclusivamente en el sur más sur del continente americano. Sin embargo sirve, en parte, para tratar de explicar lo curioso del uso de un vocabulario considerado en distintas situaciones, negativo, soez e inclusive vulgar.
Existe en el argentino una condición que no encuentro cómo llamar; una seguridad en sí mismo tan visceralmente entendida que es imposible discutirla. El argentino es economista cuando discute la crisis del campo; director técnico cuando su equipo no da lo que puede; moralmente incorrupto cuando se trata de juzgar los ires y venires personales de otro; más Argentino que la bandera el 25 de mayo y nunca vencido durante la guerra de las Malvinas.
Conozco el tema por que nací y viví allí; no toda mi vida, algunos años solamente,en distintas etapas y posiblemente muy influyentes; mi niñez, mi primer enamoramiento, mi hijo ante todo. Crecí con la nostalgia del pasado de mis padres, con las ganas de volver - no a la vida política y activa de mis padres, sino a los pinos altísimos de la casa de mi nona-. Estudié historia argentina de la casa de los exiliados despues de ir a la escuela. Viví en el "guetto" del exilio argentino en Mexico; amigos, fiestas, comidas compartidas para que parecieran mejores, el llanto callado de los "grandes" que nos hacía sentir tristes pero que no lográbamos entender a los once años. Salí, regresé, salí de nuevo. Decidí que no le falto el respeto a nadie cuando me defino como argemex; cuando respondo a la pregunta "De dónde eres?" con un "Argentina, pero no ejerzo". Cuando me emociona más el olor de un mercado en la sierra nayarita que el himno escrito por López y Planes.
Pero cuando se trata de putear me sale - y agradezco- la naturaleza esa, arbitraria y casi diría genética del ser argentina. Esa seguridad innata de declarar en voz alta y sin remilgos que alguien es un hijo de puta, o un hijo de puta, o acaso, un hijo de puta. De mandar a alguien - como me enseñó mi prima- a lavarse las tetas, o de juzgar sin razones a quien "si no se come la galleta rasca el paquete".
No me hace sentir orgullosa. Acepto la maldad de mis comentarios y de echo trato de no hacerlos.
Al final del día, cuando estoy cansada, cuando me preparo para ir a dormir y hago un recuento de mis actos del día y recuerdo alguna de esas puteadas que salen del estómago antes que las pueda detener solamente me queda mirarme en el espejo, sonreir y decir en voz alta y para el que quiera escuchar "pechito argentino, che..."......
Buenas noches a todos los que me importan. A los que no .... vayánse a la re mil puta que los parió, carajo!!!!!

Thursday, April 10, 2008

Cuarenta años

Existe un refrán aceptado universalmente que apunta a que todo tiempo pasado fue mejor, sin duda una verdad a la que nos aferramos a partir de su alto contenido nostálgico y la vocación tan humana de querer recordar solamente lo bueno.
Este año se cumple el aniversario número cuarenta de eventos trascendentales que le cambiaron el rostro al mundo, abriendo heridas que aún no cierran y creando esperanzas que se resisten a morir. No se puede hablar de 1968 sin la primavera de Praga, cuando un eslovaco llamado Dubcek accedió al poder en Checoslovaquia llevando bajo el brazo una cantidad de ideas reformistas que sin cortar de manera alguna con los principios filosóficos del modelo comunista, permitió al pueblo checo mayor participación social. Estos cambios que incluyeron libertad religiosa, derecho de huelga y el levantamiento de la censura, pusieron a la sociedad de fiesta y un aire renovado incitaba a un futuro de esperanza.
La primavera de Praga duró apenas ocho meses. En agosto de ese año las fuerzas militares de los países miembros del Pacto de Varsovia invadieron Checoslovaquia acabando con un sueño que de tan compartido casi llegó a ser real. La sociedad entera salió a las calles y si bien no pudieron parar el avance de los tanques, pusieron en vitrina el absurdo de ideas anquilosadas en un modelo destinado al fracaso.
Francia también encontró en 1968 razones para la disconformidad y vías para su expresión. Dicen los que saben que el movimiento estudiantil y obrero que tomó por sorpresa las calles de Paris a principios de mayo, nació naturalmente como consecuencia del conflicto argelino y el gobierno paternalista de De Gaulle. Lo que comenzó como un movimiento estudiantil se convirtió en cuestión de horas en un fenómeno nacional. Grupos obreros se solidarizaron con las protestas de miles de jóvenes que reaccionaron fortalecidos a la violenta represión gubernamental y el mes de mayo, con sus soles cálidos y sus noches frescas, les perteneció para siempre. El barrio Latino fue el escenario primero de un escándalo de jóvenes exigiendo respeto a la dignidad humana y a sus sueños; el valor de tomar las calles para declarar en voz alta las injusticias de un régimen caduco fue tan importante como el de defender las posibilidades de la esperanza. Así fue como Paris se reinventó a sí misma, con panfletos desvergonzados que proponían al mundo soñar en voz alta: soyez réalistes, demandez l’impossible. Il est interdit d’interdire. Je suis venu. J’ai vu. J’ai cru.
El cambio que forzó el movimiento de mayo en Francia no fue otra revolución; ni se rompieron todos los esquemas ni se cayeron a pedazos las estatuas de los próceres. Sucedió de a poco e introdujo nuevos valores en una sociedad de repente lista y dispuesta, redimiendo las costumbres, la educación y las posibilidades de soñar. Lo imposible un día, fue tan real como la primavera. Chapeau.
Al otro lado del mundo el año 1968 fue tanto o más convulsionado que en Europa. En los Estados Unidos la guerra de Vietnam estaba destinada inevitablemente a un fracaso vergonzoso. Eran los tiempos de los hippies, de los primeros pasos del movimiento feminista, de protestas universitarias en contra de políticas racistas de reclutamiento. En particular, el año 1968 fue solamente un día a principios de abril, cuando Martin Luther King sonrió desde un balcón de hierro y cayó muerto y nos dolió a todos. Sucedió en la ciudad de Memphis a donde había llegado un día antes para hablar en una asamblea de trabajadores sanitarios. En su discurso la noche del tres de abril el doctor King presintió su alejamiento y así lo declaró, sin miedo ni pesares, con la simple fuerza de su convicción y de su fe. Dos meses después era asesinado Robert F. Kennedy, el segundo gran arañazo en la cara de un país que buscaba y continúa buscando una una democracia regida por valores sociales y no de bolsa.
Más al sur, el año 1968 le pertenecía otra vez a los estudiantes. Pero esta vez el idioma fue el español y las muertes demasiadas. Sucedió en México, en la ciudad capital, entre edificios universitarios y ruinas prehispánicas. Todo comenzó como siempre comienza, con una marcha pacífica que se alimentaba de ideas de justicia y la subsecuente represión del estado. La ciudad universitaria fue tomada por las fuerzas del gobierno cambiándole la vida para siempre y sin querer a cientos de jóvenes que nada debían, tomando prisioneros, golpeando cabezas, desapareciendo vidas enteras y enloqueciendo a los que trataron de salvarse escondidos en los baños. El dos de octubre de ese año, estudiantes, padres de familia, obreros y campesinos que apoyaban el movimiento estudiantil se reunieron en Tlatelolco, en la plaza de las tres culturas para protestar contra las políticas opresivas del gobierno. Miles de personas llegaron; niños y abuelas, madres y hermanos, amigos y desconocidos. También llegó el ejército con sus armas de alto poder y sus órdenes a seguir. Detrás de las puertas de una iglesia había un cura que no quiso abrir el santuario.
Días después comenzaron los juegos olímpicos en México. Se limpiaron las manchas de sangre que ahogaban al orgullo precolombino, se quemaron los zapatos sin dueño, se escondieron las listas de prisioneros y bajo el slogan de “olimpiadas de la paz” se fingió una paz de cartón piedra que todavía no convence.
Cuarenta años después el mundo continúa convulsionado. No han terminado las guerras absurdas, la violencia gratuita, las represiones estatales. Solamente queda esperar que el verbo de la esperanza traiga consigo las ganas renovadas de salir a las calles y exigir lo imposible, que nadie muera gratuitamente y que los jóvenes tomen por sorpresa al mundo y lo deshagan construyendo. Eso al menos, es lo que espero de mi hijo.

Saturday, February 16, 2008

Salud, la compañía!!!!!

Aquí estoy nuevamente, batiendo mi propio record cuando se trata de mantener este espacio al día (gracias, muchas gracias....)para traerles noticias de este lugar remoto al que quiero tanto. La familia bien, gracias; Migue en este momento en la casa de la novia, a donde llegó anoche y desde donde me llamó para decirme que están viendo cómo venir a Fort Collins, todo el diálogo, para que sepan, en un español perfecto gramaticalmente y con su típico acento de gringo. Cada vez habla más español y lo habla bien, sin que yo lo obligue debo aclarar....
Hemos tenido una semana ajetreada, junto a Gayna, otra maestra y tres estudiantes (entre ellos mi Migue) pasamos tres días en Denverconociendo la legislatura, hablando con nuestros representantes, en fin, clase de civismo pero muy interesante y divertido. Regresamos a e-week (tres días de actividades electivas, en donde cada maestro o grupo de maestros planea actividades especiales y los alumnos se anotan a la que les interesa y así ganan créditos electivos)y fuimos a ver cómo entrenan a los perros de la policía. Nos hicieron demostraciones, vimos a los perros en acción, más de un alumno salivó al ver la bolsa de yerba que escondían para que los perros encontrasen, en fin, divertido desde todo punto de vista. Al día siguiente acudimos a la corte para ver la primera parte de un juicio por asesinato que ocurrió en septiembre y que se debió a conflicto entre dos gangs hispanas rivales. Muy interesante. Y el hombre encadenado y todo daba miedo.
Hoy es sábado y aunque desperté temprano no he hecho mucho; escribí un rato, planeando mi nueva clase de escritura creativa que comienzo el martes, compré el boleto para que la Anita llegue a fin de mes, y cociné unas croquetas de coliflor deliciosas!!!!!!!
Ya se, mi vida es simple, no pasa mucho, no hago mucho, pero la disfruto al máximo. La mediocridad, pienso, sería no sacar nada de las horas. Y yo les saco hasta el apellido si me dejan.
Hace frío pero hay sol; mis semillas de albahaca acaban de brotar; la casa huele a velas de vainilla que he prendido en todos lados; estoy contenta y la sonrisa me delata.
Besos a todos