Friday, September 28, 2007

Sobre Borges

Sobre Borges

Cuando se trata de hablar de Jorge Luis Borges, existe una tendencia romántica –valga la ironía- de acercarse más al análisis interpretativo del hombre que de su obra. Su ceguera, el nunca haber ganado el premio Nobel de literatura, la relación amorosa con su madre y su amor casi a destiempo por María Kodama, se filtran y se mezclan y nos dejan en el medio peleando con las imágenes de sus historias y su vida.
Es verdad que las valoraciones de carácter que se han realizado de Borges surgen mucho despues de su consagración como uno de los mejores cuentistas que ha tenido la palabra castellana. Se dan a partir de equívocos, de las tradicionales pretensiones del público que otorga a las celebridades la presencia errónea de ser portadores de un conocimiento infinito sobre todos los temas que atañen al momento histórico, al grupo social y a sus preocupaciones cotidianas. Como celebridad, Borges sufrió como tantos otros el juicio que sucede a la expresión de opiniones personales. Qué error.

Los elementos más comunes dentro de la crítica literaria de su obra se centran en la capacidad emotiva de sus textos, en su intención “europeizante” y en su estilo erudito.
Ya en 1933 , a partir de un homenaje que la revista Megáfono le hiciera a Borges, aparecía la primera muestra de estos elementos en un artículo de Enrique Amberson Imbert. En el mismo, este escritor y crítico argentino establecía sin pudor alguno, que los textos de Borges eran “gramatiquerías, recetas para el arte de escribir, divagancias frías sobre cualquier cosa”. Amberson Imbert continuaba estableciendo que “sus libritos, engendrados sin sangre y sin fuerza en sus entrañas mal alimentadas, van apareciendo año tras año pero muertos.”
Estos juicios continuaran apareciendo periódicamente, quizás no con el encono de Amberson Imbert pero si con los mismos elementos para la crítica. Ramon Doll, Ernesto Sábato, Pedro Orgambide y un enorme número de intelectuales utilizarán una y otra vez los mismos temas para la deconstrucción de sus textos, y sumarán a este análisis los juicios valorativos morales y éticos que parten de las opiniones expresadas por Borges sobre temas que nada tienen que ver con la creación literaria.

Debemos hacer un paréntesis aquí para establecer la importancia o no de dichas opiniones en relación directa con el análisis de la literatura de Borges. Sin duda Borges expresó opiniones que se han cosiderado pobres, faltas de información, terribles incluso en sus posibilidades de aplicación. Mucho se ha escrito al respecto y poco existe que lo defienda salvo el echo de que en su momento, y refiriéndose específicamente al proceso militar argentino de 1976, Borges admitió su error y mantuvo su derecho a cambiar de ideas, derecho que en general ha sido y continúa siendo maltratado, como si no existiera en el mismo el poder más grande del individuo: discernimiento. Pero retornando a lo que hace a la crítica y el análisis de la obra de Borges, ésta ha sido devaluada por los juicios de valor personal.
El compromiso social del artista es electivo, no puede ser factor que defina a la obra. Es en este elemento donde radica el error de tantas hojas escritas analizando la obra de Jorge Luis Borges. En su casi arbitraria necesidad de unir en un todo a la persona y su obra. Es casi impensable la idea de juzgar, por ejemplo, el Guernica de Picasso a partir de su chauvinismo. O la obra de Poe a partir de su violento alcoholismo. O la de Hemingway a partir de su propio chauvinismo y alcoholismo. Cuando la creación artística escapa y se aparta de su creador, es cuando asegura su triunfo a partir de sus valores propios. Cuando la obra requiere del conocimiento del individuo creador para ser juzgada es cuando, inevitablemente y casi como si fuera un acto de la naturaleza, pierde el valor intangible que puede mantenerla por si sola y se convierte en un mero prototipo, un apéndice que hace al individuo, una subjetividad más de alguna personalidad.
La literatura comprometida parte del reconocimiento público de ese compromiso personal del autor para con su mundo y así se desarrolla; como arma discursiva de enorme poder de convocatoria; como argumento para el cambio; como intención de acción. También responde, obviamente, con valores y formas estéticas que le dan el grado de obra literaria. Un panfleto repleto de ideas alentadoras no es necesariamente literatura.
La literatura como si misma responde a los mismos cánones estéticos y de forma; a la misma necesidad de honestidad –entendiendo honestidad como la credibilidad de la historia- para encontrar factores comunes universales al contar situaciones simplemente humanas. La literatura por si misma contiene el más grande de los compromisos sociales: precisamente el de decir, en palabras nuevas, lo que siempre se ha dicho: la historia del ser humano y las visicitudes de vivir.

Jorge Luis Borges no fue el primero - ni el último- escritor que decidió a conciencia dedicarse a la creación literaria evitando cualquier tipo de compromiso social entre su obra y la realidad histórica del momento. Su interés en el uso de la palabra como herramienta discursiva puede muy bien ser considerada como purista, en cuanto a que la palabra misma se compromete única y exclusivamente con su significado y su relación con otras palabras al momento de contar la historia. La cuidadosa estructura del texto, sin embargo, en ningún momento atropella los eventos y las consecuencias del cuento; al contrario, es a partir de dicha solidez que soporta a la historia, desde donde la creatividad –el “asunto” de la historia- se despliega sin tropiezos y nos deja perplejos. La literatura entonces, se convierte en lenguaje puro y el cuento como entidad es una sola experiencia estética. En este sentido, una lectura deconstructivista, un análisis semiológico de su obra pierde sentido, dado que la forma y el elemento estético son uno mismo.

Borges ha sido definido como un genio de la evasión y la retórica. Dicha definición no demerita su creación literaria. Sin embargo, cuando esta definición es utilizada para juzgar al Borges social, al hombre con opiniones políticas, el sentido de dichas palabras cambia. Su aplicación como elementos identificadores de una ideología burguesa, clasista, que no asume compromisos ideológicos o si los asume resultan desacertados, reside exclusivamente dentro de la esfera de valoraciones morales y/ o éticas, que no debiera afectar el análisis del trabajo literario. Posiblemente resulte paradógico el insistir en una clara línea divisoria entre el juicio que se hace de la obra y el que se presenta sobre el hombre, involucrando ideas morales y de carácter cívico, si tomamos en cuenta la importancia que dichas características en la obra de Borges. Los problemas filosóficos que confrontan una y otra vez sus personajes son precisamente una serie interminable de conflictos éticos y morales, de subjetivismos al momento de enfrentar las dicotomías del pensamiento. Es a partir de estos fundamentos desde donde surge el elemento fantástico de su obra, creando escenarios imaginarios pero altamente humanos.

Es imprescindible, pues, insistir en que el análisis de la creación literaria se separe claramente del análisis sobre el hombre cuando la obra, como es el caso de la obra de Borges, es una entidad independiente que surge, es verdad, de un hombre, pero que no necesariamente lo representa. Dicha separación entre el autor y su trabajo es mucho más que un ejercicio lúdico de retórica pulida. Es una buena idea. Al menos, una buena posibilidad.

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