Friday, August 27, 2010

Aires de duelo

Aires de duelo
(Para los setenta y dos migrantes que no llegaron)
Hoy, que podría muy bien ser cualquier otro día, me pregunto en voz alta las preguntas que impone el dolor inmenso de ver un país amado desintegrarse de a poquito y los gritos sin que nadie lo oiga.
La barbaridad cotidiana parece mecerse en los brazos fríos de la resignación y un aire de duelo eterno se define como única realidad posible. Las lloronas hace tiempo que desparecieron y las veladoras son vasos de vidrio vacíos de sentido. Pero el aire de duelo flota como bruma seca de llanto antiguo; flota y se extiende invadiendo la memoria de tiempos mejores y de tanto desplegarse se adueña de lo que fue, de lo que es y de lo que pudiera ser. Y nadie la pelea, nadie la enfrenta con las ganas que da la vida, nadie la detiene con la certeza de un cambio que puede ser.
Hoy, como cualquier día, me pregunto quién será el que se ajuste el cinto y salga a la calle y la haga suya y la camine con la paz como bandera, utilizando el dolor que no le cabe ya en el cuerpo como herramienta de protesta que no precisa de piedras ni de balas para ser escuchado pero que requiere del absoluto compromiso de su humanidad para declarar sin necesidad de gritos que hasta aquí llegamos, y que el cambio es irremediable.
Me pregunto quién será el que acuse con las manos abiertas hacia el cielo, el que exija las respuestas que faltan, el que tropiece y siga andando. Porque quien sea, estoy segura, se irá encontrando a su paso otros como él, otros como ella, que con el mismo silencio insoportable pondrán las manos mirando al cielo y llorarán bajito la indignación de una realidad que no es la supuesta, que si acaso ha sido la sospechada, pero nunca la deseada.
Mientras me hago estas preguntas me imagino un tiempo cuando hubo muchos caminando las calles en un silencio tan rotundo que resquebrajó las paredes de los palacios de las mentiras y le abrió los ojos hasta a los que no querían ver. Cuando la sangre ahogó el orgullo precolombino y se quemaron cientos de zapatos sin dueño. Y la historia se volvió una responsabilidad innegable.
Hoy, como cualquier otro día, la historia que se escribe exige el mismo compromiso, las mismas ganas. Se inspira en un dolor distinto pero que hiere igual. Se mancha de sangre como antes y no concibe tanto terror. Pero no puede detenerse y por eso requiere que caminemos las calles. Para que no se imponga la barbarie que es ya cotidiana y en su lugar se establezca la indignación del rechazo a una realidad que tenemos que desobedecer con la civilidad que requiere. Y la requiere. El miedo no puede ser excusa. La bruma seca de llanto antiguo tampoco.

1 comment:

Sebastián PerSal said...

Son pocos los que luchan , pero se puede decir que hay ciertos ejemplos, y que son contemporáneos a nosotros, es un proceso arduo, pero no imposible...